CAPITULO-10
La religión.
Todos los ruegos llegan a un mismo Dios.
Todos los deseos llegan al mismo cielo.
La mención de la palabra "fe" provocó en Francesco una inquietud,
y entonces, preguntó: Dime, ahora que estoy en el Cielo, ¿cuál es la verdadera
religión?
Te contaré la historia de los anillos.
Había un hombre poderoso y rico que tenía entre sus más preciosas
joyas, un anillo muy valioso y bellísimo; y, queriendo honrar
su valor y su belleza, lo quiso dejar para sus descendientes.
Ordenó que aquel de sus hijos que, después de su muerte, lo
mereciera, lo tendría en su poder.
Sería el hijo más bueno y más noble; como consecuencia, a ese hijo
tendrían que tenerle sus hermanos el mayor de los respetos.
El anillo
fue heredándose de generación en generación.
Hasta que llegó a manos de un gran hombre, quién tenía tres hijos
igualmente maravillosos.
Los hijos, conocedores del anillo, deseaban, cada uno ser mejor
que los otros para que les tocara el anillo cuando su padre falleciera.
El padre, preocupado por no poder elegir entre sus hijos, que eran
todos bondadosos, en el más profundo de los secretos mandó hacer
dos anillos iguales al original, de manera que ni siquiera él pudiera
darse cuenta de cuál era el original.
A punto de morir, en secreto, el padre le dio a cada uno su anillo.
Éstos, después de la muerte de su padre, tras obtener la herencia
y el honor, y negándoselo a los otros, en testimonio de su derecho, sacaron
sus anillos; los hallaron tan parecidos entre sí, que nunca
pudieron saber cuál era el original.
Entonces quedó todo en suspenso; aún está en suspenso.
Cada religión tiene su herencia y su verdadera ley, cuyo mandamiento
se cree obligada a cumplir; la verdadera religión es la que
transmite la fe, que es lo que alimenta el corazón, lo que emociona, lo que llena de plenitud, lo que da fuerzas, pase lo que pase. Esa fe es
tuya y nadie te puede convencer para que la tengas.
Si estás vacío por dentro, nada ni nadie puede llenar ese vacío. Si
tú no permites que entre la fe, nadie lo hará por ti.
Para vivir, todos necesitan tener una cuota de fe sin fe; no hay felicidad
duradera.
La fe crea confianza, da paz mental y libera la mente de las dudas
y de las preocupaciones, de los miedos, la angustia y la ansiedad.
Pero es muy común que uno, después de tener fe, la pierda
ante el primer obstáculo que aparece en el camino.
Si es fe con todas las letras, no la puedes perder nunca; pase lo
que pase, tu fe te estará sosteniendo.
Tú no debes atribuirle toda la responsabilidad a tu dios; también
debes tener confianza en ti mismo, justamente porque eres una
partecita de ese Dios.
Y volviendo a lo que significa practicar la verdadera religión... es
ls que difunde y practica el amor, la solidaridad y la caridad hacia el
prójimo.
Cada una de las religiones que tienen estas características
pertenece a una cara de un gran diamante; entre todas forman el
diamante completo y entre todas completan la verdad absoluta.
Cada religión tiene una parte de verdad y un mismo Dios, aunque
tenga nombres diferentes.
Siempre hay un Dios que ama a las personas sin distinciones.
Y
ese Dios les dio virtudes para llegar a Él.
Una de esas virtudes es tener la posibilidad de elevar el alma a
través de la oración, pero no se trata de repetir oraciones o palabra
por palabra, sin siquiera pensar lo que se está diciendo.
La única oración que llega es la que se hace elevando el pensamiento
y el alma.
Habla con tu dios como si fuera tu amigo, un padre o un hermano.
Si rezas con todos tus sentidos y todos tus sentimientos entonces
sentirás que Dios está contigo y que te está escuchando.
Cuando rezas, Dios te escucha; cuando meditas, tú escuchas a
Dios.
Lo que no me quedó bien claro es, si yo tuve tanta fe, si
recé con todas mis fuerzas, ¿por qué no me salvé?
Tú te acordaste de tener fe cuando ya estabas enfermo y no es
que Dios no pudo escuchar tu pedido. Él sabía por qué motivo especial
te quiso aquí.
También lo que te enfermó fue tu propia falta de fe y de confianza,
y los miedos que no superaste te ayudaron bastante a llegar aquí.
Cuando pedías curarte, lo hacías más por temor a lo que vendría
después de la muerte, que por un verdadero deseo que te impulsara
a seguir viviendo. ¿Tú crees que soy de los que desperdiciaron esa vida?
Yo creo que la has desperdiciado por etapas. Cuéntame en qué
te considerabas bueno. Cuando era chico, me gustaba la música. Trabajé y trabajé
hasta que me pude comprar mi primer instrumento; luego
aprendí a ejecutar mis melodías preferidas, y fue pasando el
tiempo hasta que lo hice cada vez mejor.
A pesar de que era muy feliz con mi querido saxo, no creía
que podría llegar a ser famoso. En el fondo, tenía miedo de
tener compromisos y de no poder cumplirlos.
Me fui limitando
tanto que terminé dejando el saxo en un armario, y fue otra
cosa más que jugó en mi contra.
Para mí la música era un bálsamo,
mi cable a la tierra.
Pero había algo que me molestaba y era que mi familia no
reconocía mi talento para la música, y yo necesitaba mucho el
reconocimiento de ellos; en cambio tenía la admiración y la
aceptación de gente más ajena a mí.
Bueno, eso es muy común.
Muchas veces, en su casa, uno deja
escapar la peor parte de su personalidad; después de todo, uno no
tiene que hacer cumplidos, ni sonreír si no tiene ganas.
Para los que viven contigo, es natural todo lo que haces y, por más
que acepten y valoren tus virtudes, es probable que no te lo hagan
saber.
Acepta que el que tiene que reconocerse y valorarse eres tú
mismo.
Uno transmite al otro lo que cree que es.
Si crees ser un sol, lo iluminarás con tus rayos. Si crees que eres
tormenta, el otro verá los nubarrones y no se te acercará.
Tú eres un ser especial.
Nadie puede ver como eres realmente,
porque no te conocen de verdad.
Tu eres valioso porque eres parte de Dios y debes ser el primero
en reconocer cómo eres y el primero en tenerte y en amarte.
Yohana Garcia.
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