¡Amado Yo Superior,
haz que tu luz en mí irradie,
para que nunca en mi vida
llegue a pensar mal de nadie!
Ni aún de quién me ha fallado
causándome un gran dolor…,
¿de qué me sirve la inquina…?,
¿en qué me ayuda el rencor…?
¿Para qué el resentimiento
con su aflicción y su cuita,
si es a mi propio jardín
al único que marchita…?
Sí…, es verdad…, me han mentido
y lastimado también,
y en múltiples ocasiones
me han devuelto mal por bien.
Pero jamás el encono
lo ha corregido a un error,
ni ha curado las heridas
que provoca el desamor.
Sé bien que al andar su vida
cada persona, en esencia,
sólo puede actuar de acuerdo
a su nivel de conciencia…
Si pretendo paz del necio,
o bondad del desalmado,
o virtud del egoísta,
¡soy yo el desubicado!
Y si lo que brinda el otro
se ajusta a su vibración,
¿qué sentido tiene entonces
sentir por él aversión?
Aquél que no fue impecable
al tomar sus decisiones,
ya ha de recoger un día
el fruto de sus acciones.
Porque el debe y el haber,
se equilibran en el viaje:
¡se puede escapar de todo…,
más no del aprendizaje!
Y si hay una Ley Mayor
que corrige a cada humano,
¿para qué perder mi tiempo
pensando mal de un hermano?
Lo que el prójimo decide
no está en mis manos cambiarlo,
pero sí es de mi incumbencia
el juzgarlo… o no juzgarlo.
Por eso, Yo Superior,
haz que tu luz en mí irradie,
para que nunca en mi vida
llegue a pensar mal de nadie…
Jorge Oyhanarte
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