martes, 22 de noviembre de 2016

ESCRITO II CONOCIMIENTO.- EL PUENTE



A la caída del Sol caminé hacia el viejo puente de madera sobre
el río Jordán. Andaba abstraído por lo acaecido unas horas antes,
nunca dejaba de sorprenderme por los acontecimientos de cada
jornada. Cada nuevo día era imprevisible, aprendí a vivirlos sin
tener una preocupación por lo que vendría después. El mañana
dependía de hoy.
Crucé el puente y tras unos minutos andando me encontré con…
¡el viejo auto! No muy lejos se encontraba un olivo como en el
que había reposado.
¡No puede ser! —me dije—. ¡El olivo puede ser otro… pero el
auto no! ¡No había dos iguales! Me fijé en la matrícula y… ¡era la
misma! Acabé sentándome desconcertado otra vez junto al olivo.
Después de unos minutos de elucubraciones me di por vencido,
decididamente no había cruzado el puente, no encontraba otra
explicación.
Cuando mi mente se quedó ya en calma se acercó una mujer
preguntándome por el camino para llegar al puente, su rostro me
resultaba familiar. Sus ojos, su mirada, me recordaban… pero no
podía ser.
Le señalé el camino.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté.
—Meryem —me respondió—, soy palestina.
Sonrió.
Era ella sin duda, sus ojos lo confirmaban.
Evidentemente nada le podía manifestar de lo que pensaba,
aunque no hizo falta.
—Tú has cruzado el puente —me dijo—, aun así estás en la
misma orilla. El Maestro te señaló el puente porque buscabas una
tierra diferente donde situar su Reino. Así pues, dejó que lo
comprobaras. Y ya te has dado cuenta que el Reino de Dios no se
encuentra en un lugar al otro lado de ninguna parte, sino que es un
cambio, una expansión de conciencia, un despertar de un sueño en el que estabas sumergido; estás en el mismo lugar del que partiste pero ahora Despierto.
¡Te has sanado de tu propia enfermedad! —una voz masculina
exclamó.
Me di la vuelta y ahí estaba el Maestro, mirándonos.
«La comunión —continuó— con el Espíritu que siempre habéis
sido, sois y seréis, ha hecho posible que los caminos se
encuentren una vez más.
Hoy, este mundo es comparable a un cuerpo, donde conviven
células sanas con otras enfermas. Enfermas de egoísmo que no
responden al propósito de la conciencia que les habita, la que son
en realidad. Los órganos enferman por falta de colaboración de
sus células, entre sí, así como entre diferentes órganos. La energía
de la Vida no circula libremente, es tristemente acumulada por
unas en detrimento de otras produciendo el aislamiento, la
carencia de energía y la consecuente muerte.
Es necesario cambiar dicha situación, y la solución no vendrá de
fuera, pues no existe tal lugar como no hay otro lado del puente.
Son las células sanas que irradiando su propia energía señalan a
las enfermas dónde mirar y, sólo han de buscar dentro de ellas
mismas, en su núcleo, en su esencia, y descubrir quiénes son, de
este modo despertar del sueño del aislamiento.
La Vida es Amor, compartir, colaborar, trabajar juntos en un
propósito no ajeno a vosotros, a mí. Pues todos vosotros y yo
somos los artífices de este gran Plan que llamáis Vida.
Sólo el Amor traerá la Paz y la Armonía. Asimismo mi cuerpo,
vuestro cuerpo, seguirá creciendo fuerte y sano. Su Luz irradiará
con más fuerza y se propagará por el firmamento ―el Cuerpo―,
del que sois, somos, un órgano vital.
Mi Padre, vuestro Padre, os bendice.
¡Id en Paz!»
Permanecimos en silencio…

EL ANCIANO JUAN

ESCRITO II CONOCIMIENTO.- EL ESPÍRITU DEL HIJO


El viejo auto y yo nos pusimos en marcha, atrás queda algo más
que vivencias y recuerdos, queda todo lo que uno ha sido y es.
Largo ha sido el camino recorrido hasta aquí: escarpadas
montañas, precipicios que te incitan a volar, valles llenos de vida
que te piden alojarte en ellos y echar raíces. Sin embargo algo en
lo más profundo de mi ser siempre me ha empujado a seguir
avanzando, ningún lugar era el adecuado y así me lo decía: “Juan,
hay que seguir adelante, aún no has llegado”.
Y ahora… voy camino del valle del Jordán. Presiento el
encuentro tan anhelado, no por mero deseo sino la consecuencia
de un destino escrito en el libro de la Vida. Sabiendo que no es
más que el siguiente paso, el punto de encuentro entre lo infinito
y lo finito, el eje en el espacio y el instante justo en medio de la
eternidad.
No hay vuelta atrás, mi alma está vacía, ya todo está entregado a
la Madre Tierra. Todo está decidido, la duda el viento se la llevó,
ahora parto ligero de equipaje. La entrega a la voluntad del Padre
ya es completa. Vacío de mí, simple mortal imperfecto; mas es así
como me quiere, entregado a su causa, la causa del Amor.
Llegué junto al río Jordán. Un autocar repleto de turistas se
alejaba del lugar. El Sol brillaba con todo su poder, un viejo olivo
me sirvió de cobijo. Nadie parecía encontrarse cerca y decidí
descansar un poco cerca del río que llevó las aguas que en otro
tiempo al Maestro bañaron…
Me despertó una bandada de palomas blancas que revoloteando
acabaron posándose en unos arbustos cercanos, parecían estar
esperando a alguien.
Al poco tiempo, todas giraron la cabeza al unísono y yo junto a
ellas, un extraño silencio se apoderó del lugar.
Sobre las aguas del Jordán una silueta iba tomando forma, mi
corazón parecía estallar, era Él, su cuerpo brillando como mil
soles, una aureola de luz tras otra le rodeaban. Se fue acercando
hacia donde me encontraba. Las palomas comenzaron a revolotear
sobre nuestras cabezas creando un ligero viento alrededor nuestro,
partículas de polvo se levantaron hasta conseguir que no viera
nada más allá de unos pocos metros.
Y ahí estaba frente a mí, su semblante no era el mismo, nunca le
vi como en este momento. Era Él y no era Él, su rostro en un
instante era joven y seguidamente se convertía en el de un
anciano, todo giraba a mi alrededor hasta sentirme mareado…
Me vi en medio del firmamento, sin forma, aun así contemplé el
más bello espectáculo que del Universo uno pueda imaginar, mas
no sólo veía sino que sentía cómo formaba parte de Él. Y el
Universo y yo éramos Uno. Miré y distinguí dos soles
acercándose, una gran explosión se produjo, todo desapareció y
de la nada fue surgiendo una niebla y de ésta una estrella recién
nacida. Me sentí atraído hacia ella hasta fundirme en su
incandescencia.
Todo lo sabía, todo lo sentía, era a la vez ínfimo y grandioso, mi
mente todo lo abarcaba y supe que el Espíritu de Dios estaba en
mí.
Sin saber cómo, me encontré de nuevo frente a Él, ahora su
rostro era el de siempre y me sonrió. Me tomó las manos junto a
las suyas y con sus dedos trazó en la izquierda un círculo que se
oscureció hasta volverse negro y en la derecha dibujó otro circulo
que brilló hasta volverse blanco. Con sus manos tomó las mías y
las unió dentro de las suyas. Una paloma se posó sobre ellas, al
momento una luz que brotó de ésta nos cubrió por completo, y mi
cuerpo se hizo como el suyo, no era de carne y de sangre sino de
Luz y mi espíritu era como el suyo y la Verdad nos habitó.
Él era yo y yo era Él.
Me soltó las manos, señalándome un puente sonrió
desapareciendo ante mis ojos.
EL ANCIANO JUAN

ESCRITO II CONOCIMIENTO.- LA OPORTUNIDAD


Ensimismado en mis pensamientos no me percaté de la
presencia de un extraño junto al auto.
«El camino del Corazón… —escuché. Era la voz inconfundible
del Maestro.
¡Qué diferente sería todo si hiciéramos caso a aquello que
nuestro corazón, nuestra alma, desea manifestarnos! ¡Qué
testarudos somos y cuántas veces hacemos oídos sordos a su voz!
Una voz que nos susurra en sueños, en la sonrisa de un niño, en la
mirada de quien te encuentras en la calle, en el saludo de quien
no te conoce; en quien con amor te dice: ¡cuidado! para que no
sufras, y aún en la enfermedad y la muerte. La voz no deja de
hablarnos nunca y a pesar de ello cada vez la escuchamos menos.
Mi voz —continuó— clamó en el desierto: “¡Padre, ayúdame a
comprender! ¡Guíame en la oscuridad de la noche! ¡Hazme un
instrumento útil en la realización de tu Propósito! ¡Me faltan las
fuerzas!”
Llegué a sentirme hundido —aseveró—, abandonado, incapaz de
poder cumplir con mi promesa. Mas su respuesta no llegaba.
Vagué días sin alimento. Creí desfallecer por momentos, nada de
lo aprendido parecía sacarme de esta inquietud. Sentí la muerte
cercana…
Pero mi Padre me necesitaba vacío y así me encontró. De Él,
entonces, brotaron estas palabras: “Ahora ya estás preparado,
limpio y puro. Puedes comenzar a compartir con tus hermanas y
hermanos el Amor y la Sabiduría que habita en ti, que eres tú,
que Soy Yo”.
Es necesario que llegue la noche más oscura para poder apreciar
con todo su poder la luz del alba que nos iluminará por siempre.
Al igual que Él me envió en otro tiempo, junto con aquellos a
quienes llamó y respondieron a su solicitud afirmativamente, hoy
son miles quienes aceptan su llamamiento.
La Voz ha de escucharse alta y clara en todas las lenguas y en
cada rincón de la Tierra que nos acoge con amor, más allá de los
límites estrechos de vuestras religiones, y dentro de cada una de
ellas. No hay nada que abolir, simplemente transmutar vuestro
ser, permitir a la Vida que crezca nuevamente en vosotros;
convertiros en quienes realmente sois: Hijas e Hijos del Padre por
derecho propio desde aún antes de la Creación.
Es la respuesta de nuestro Padre a las súplicas de millones de sus
Hijas e Hijos, de aquellos que se encuentran en la más absoluta
soledad, cansados de sufrimiento y angustia, deseosos de vivir en
paz. Pasó el tiempo de la niñez, mas estando aún en plena
adolescencia, ya sois capaces de dar pasos por vosotros mismos
como adultos.
Hoy las vestiduras son diferentes. Buscadme, buscadnos en el
compañero de trabajo; en la madre, el esposo; en el ateo, el
creyente; el científico, el religioso; bajo todos los ropajes
imaginables.
¡Escuchadles!, pues Soy Yo quien habla a través de ellos.
¡No les sigáis! Seguid únicamente la dirección de sus dedos que
señalan a vuestro Corazón, a vuestra Alma, a vuestro Espíritu.
Yo, el Maestro, ―a quien llamáis el Cristo de los cristianos, el
Imán Madi de los musulmanes, Maitreya para los budistas, el
Mesías para los judíos, Wanekía para el pueblo indio, el Amor
para los amantes y la Sabiduría para los científicos―, estoy entre
vosotros visible para los limpios de corazón.
¡Escuchadles! ¡Por sus frutos les conoceréis! ¡No deis la espalda
a la oportunidad que tenéis! ¡No dejéis que sus vestiduras se
vuelvan negras por vuestra ceguera y ved en sus ojos limpios, los
míos!
Os pido que sigáis cada uno con vuestra vida. Hacedlo todo con
amor. Situaos los últimos, aparentemente nada cambiará en el
exterior, será en vuestro interior donde primero lo notaréis, lo
demás lo tendréis por añadidura.
¡Compartid! ¡Amad!
No es tiempo de una fe superficial. Veréis y creeréis. El Cielo y
la Tierra se han aliado para que así sea. »
Escuchaba sin pestañear, su sola presencia era para mí todo un
acontecimiento. Sin embargo su Ser emanaba simplicidad,
convirtiéndole en el mejor amigo que uno pueda tener, con quien
todo era confianza y naturalidad. No era amigo de ceremonias
sino de abrazos espontáneos y de este modo se despidió de mí
señalándome el valle del Jordán…
EL ANCIANO JUAN

ESCRITO II CONOCIMIENTO.- AGUA VIVA




ESCRITO II CONOCIMIENTO.- AGUA VIVA
Salí del albergue San Gabriel, sin una clara idea sobre qué hacer
en el día, cuando andando me encontré ante un taller de autos. Me
llamó la atención un cartel sobre uno de ellos:
«Se alquila, perfecto para viajar al desierto».
Era un viejo Renault-11, su color gris estaba desgastado por los
rayos solares, parecía un auto de camuflaje.
¿Por qué no? ―me dije.
Casi sin darme cuenta me encontré conduciendo, con un mapa
de Cisjordania y sin rumbo fijo, por carreteras que parecían
trasladarme a ninguna parte. No encontraba el interruptor del aire
acondicionado. ¡No estaba! Recordaba el cartel: “Perfecto para
el desierto”, desde luego lo era pero… ¡para sentir en todo el
cuerpo su rigor!
Me detuve tras conducir un buen trecho. Al oriente divisé las
fértiles tierras del Jordán; al Sur, más y más desierto. Decidí
quedarme donde estaba por un buen rato disfrutando la belleza
escondida de estas tierras. Recordé las que me vieron crecer. ¡Qué
diferentes paisajes y con todo qué parecidas las gentes que las
habitan hoy!
Mi espíritu se sentía como un cactus sacado de su desierto natal
―donde lo que de verdad importa está en el interior, el agua viva,
presto a compartirlo con quien lo necesite―, fundido con el
paisaje que le rodea y llevado a otras tierras, de nieves cuasi
perpetuas; trasplantado junto a pinos en un valle precioso, no
obstante, regado con lágrimas, donde el odio y el rencor provocan
lluvias torrenciales arrasando cuanto encuentran a su paso. ¡Si
supiéramos reconducir nuestras bajas pasiones y ennoblecerlas!
¡Aprovechar cada gota de agua y compartirla! Lo tenemos todo y
sin embargo cómo lo despreciamos.
Me sentía extraño entre extraños, acostumbrado como estaba a
vivir cada instante como único, donde el valor está en el corazón
y no en aquello que cada uno posee, pues bien sabía que la
posesión era una mera ilusión.
Y paralelamente, en el Plan de nuestro Padre todo está previsto,
nuestra libertad de elección no es un obstáculo, sino una
consecuencia. Nuestros “errores” no son más que bifurcaciones
del camino. Un camino que no está trazado de antemano, que no
es rectilíneo y muerto, sino lleno de vida en una eterna e ilimitada
espiral.
El camino del Corazón… El reencuentro con lo Sagrado hoy es
posible, al igual que lo fue hace dos mil años. Ahora, en otra
vuelta de la espiral, tenemos una nueva oportunidad para
convertir el sufrimiento del alma en una rosa que abre sus pétalos
para recibir los rayos del Sol.

EL ANCIANO JUAN

ESCRITO II ELCONOCIMIENTO.- EL DESTINO


ESCRITO II ELCONOCIMIENTO.- EL DESTINO
Caminaba por los lugares de Nazaret en los que el Maestro,
siglos atrás, dejó una huella imborrable, no en una piedra o en
escritos, sino en los corazones de quienes vivieron junto a Él…
De sus años de infancia junto a sus padres y hermanos nada nos
decía. Era María quien se deshacía en halagos por su hijo y Él se
ruborizaba; nos hablaba de su timidez —siempre presto a ayudar
a los mayores—; de sus primeros trabajos con José en el taller
disfrutando siempre con todo lo que hacía.
«Se solía sentar —nos indicaba María— sobre una roca junto a
la casa a observar a los demás niños en sus juegos, siempre
acababa jugando ante mi insistencia. Pero lo que más le gustaba
era, ya al atardecer, ver el ocaso del Sol y cómo las estrellas iban
asomando en el cielo. ¿Hay niños en ellas?, solía preguntarme
siendo muy pequeño. Yo me encogía de hombros, no sabía que
contestarle, mas fue Él un día quien ante tal pregunta respondió
diciendo: “Yo vengo de una estrella”. Le dije que no se lo
expresara a nadie pues le acabarían apedreando en la plaza. Me
respondió con una sonrisa.
Así era Él ―continuó—, siempre enigmático, no obstante pura
amabilidad. Siempre atento a las historias, que le contaba José
mientras le ayudaba, sobre cómo llegaron a estas tierras nuestros
antepasados; del esfuerzo de su pueblo por encontrar la Tierra
Prometida por Dios. Él se quedaba embelesado y siempre quería
saber más, su curiosidad no tenía límite…
De este modo transcurría su infancia y adolescencia, hasta que
un día nos explicó que debía ocuparse de otros asuntos. Yo creía
que quería contraer matrimonio, pues ya estaba en edad de ello. Él
me aclaró que los asuntos eran los referentes a su Padre. Yo
estaba contenta, y así se lo manifesté, de que decidiera entonces
dedicarse por completo a la carpintería. En aquel momento su
semblante cambió y me dijo: “Debo dedicarme a los asuntos de
mi Padre, el de todos”.
Sabía de siempre de sus inquietudes espirituales. Le pregunté si
pensaba dedicarse al sacerdocio, me contestó: “Los sacerdotes ya
me enseñaron cuanto sabían y ahora debo de retirarme por un
tiempo al desierto al encuentro con mi Padre, después volveré a
compartir sus enseñanzas”.
Un día, ya entrado el otoño, salió de casa camino al desierto,
solo ―sus ojos se humedecían al recordarlo.
Todo un hombre —nos decía— y sin embargo no dejaba de ser
mi niño quien se alejaba; era su destino, José y yo debíamos
respetarle y así lo hicimos.»
Y aquí está Él ahora…, otra vez con los suyos y con algunos
más a quienes nos considera y nos consideramos sus hermanos;
disfrutando de la sencillez de un día como cualquier otro, y sin
embargo, único e irrepetible.
EL ANCIANO JUAN

ESCRITO II ELCONOCIMIENTO.- La Madre




ESCRITO II ELCONOCIMIENTO.- La Madre
Llegamos a Nazaret al mediodía. Desde que despertamos no
articulamos palabra, aún nos encontrábamos bajo el influjo de lo
visto y oído en la noche. El Maestro nos dejó descansar hasta bien
amanecido el día, sabía que teníamos que digerir lo vivido en
silencio. Y como siempre, dejó que las aguas volvieran a su cauce
con calma.
Los ojos del Maestro exultaban vida y, aunque siempre sonreía,
ahora desbordaba alegría. Su madre —María—, la encontramos
en la plaza ensimismada en la adquisición de especias, éstas le
apasionaban. Siempre experimentaba en los guisos y el Maestro
era su conejillo de indias y Él acababa siempre diciendo: “Madre,
es el amor con que lo preparas el mejor condimento”.
Él se acercó sigiloso a su madre por detrás y le tapó los ojos con
las manos, ella se volvió rápidamente, bien sabía quién era. Desde
niño, cada vez que podía sorprenderla, sus encuentros se
producían del mismo modo. Se abrazaron. Hacía meses que no se
veían y las noticias que llegaban eran confusas y siempre
temiendo que su hijo cayera en manos de los romanos, o peor aún
de Herodes, rey de Judea, pues su fama de crueldad no tenía
límite.
Entramos en el hogar del Maestro, de María; una morada
humilde como todas las de Nazaret, donde los años transcurrían
con lentitud y nada parecía cambiar. El taller de José seguía
activo aún después de su muerte. Santiago, hermano del Maestro,
se encargó de proseguir los trabajos a la partida de éste.
Ya sentíamos la necesidad de encontrarnos en casa y aquí se
hacía realidad. Un poco de reposo y la mano de una madre se
echaban en falta.
María nos trataba como a sus hijos, siempre pendiente de todo.
Al atardecer, el Maestro volvía de caminar junto a los olivares.
Nos encontrábamos charlando, se sentó con nosotros.
«Recuerda Madre —comenzó Él a hablarnos— que hace un
tiempo te manifesté la necesidad de dedicarme a los asuntos de mi
Padre —ella aseveró con un gesto.
Tú, Madre, junto a mi Padre, me disteis la vida; me tuviste en tus
entrañas, aun teniendo carencias me alimentaste. Los latidos de tu
corazón eran para mí como los rayos del Sol, siempre sentía tu
calor y tus manos me calmaban cuando me agitaba.
Los meses pasaban, los dos sabíamos que un día dejaría tu hogar
para seguir creciendo en uno mayor y seguir construyendo el
nuestro. No pensaste en ti en ese tiempo, tu deseo era que naciera
fuerte y sano, te entregaste por completo a tan digna labor.
Y así fue como un día vi la luz de este mundo. Un mundo que al
igual que tú, ahora nos acoge a todos en sus entrañas; nos
alimenta; nos cuida y nos ve crecer sabiendo que un día sentirá
los dolores del parto. Dolores que vivirá con amor, pues sabe de
nuestro deseo de seguir progresando y que una nueva vida es
continuar con los lazos que nos unen y que nunca se separaran.
Nuestra Madre siempre irá con nosotros allá donde vayamos.
Adoptará un nuevo rostro al igual que nosotros y crecerá con
nosotros, pues Ella y nosotros somos un solo ser.
El momento del parto se acerca y el dolor no será más que un
abrir y cerrar de ojos; es solamente el miedo ante la
incertidumbre, el del abandono de la seguridad en el seno materno
por un mundo nuevo a descubrir.
Nada hemos de temer pues al igual que Ella, nuestro Padre nos
cuida y está siempre con nosotros y en nosotros. No temamos al
crecimiento, todo nuestro ser se expande pues ese es el deseo de
nuestro Padre, nuestra Madre y el nuestro también.
Cuando éramos niños queríamos ser como nuestros padres;
descubrir nuevas tierras; encontrar respuestas a preguntas
milenarias; ayudar a convertir el sufrimiento en gozo, dar un paso
más en ese sentido hacia nuestra meta.
Un impulso invisible nos empuja siempre hacia delante.
Tomemos la antorcha que nuestros padres nos dan y no dejemos
que nunca se apague la llama que nos ilumina el camino hacia el
Reino de Dios. Ellos siempre irán con nosotros.
Nuestro cuerpo cada vez será más glorioso y nuestro Espíritu
gozoso de habitarlo.»
Tras las palabras del Maestro, Pedro y María de Magdala se
levantaron saliendo de la estancia, al poco volvieron con una
sabrosa y sencilla cena preparada por María.
―¡Nada como el amor de una madre! —exclamó Juan.
Todos nos reímos.
EL ANCIANO JUAN

ESCRITO II EL CONOCIMIENTO.- La Llama



ESCRITO II EL CONOCIMIENTO.- La Llama
Desperté en un mundo inundado por la Luz y al respirar sentí
como ésta entraba y llenaba mis pulmones. Todo mi ser vibraba,
cuanto más respiraba más vivo me sentía.
Miré al cielo. Un Sol, que no era uno sino tres, alumbrando en el
cenit de su gloria; podía contemplarle, su Luz no deslumbraba.
Tuve hambre y escuché una Voz diciendo:
—¡Toma este alimento!
Nada vi a mi alrededor.
—¡Escucha!
Así lo hice. Comencé a percibir un sonido que parecía provenir
de todas partes y de ninguna a la vez. Éste se hacía cada vez más
intenso. Cerré mis ojos y percibí la Luz dentro y fuera de mí. Y el
sonido fue mezclando las “dos” Luces hasta que se convirtieron
en una sola. Dejé de sentir hambre y yo ya no era yo sino la Luz.
No existían dentro ni fuera.
Todo a mi alrededor cambió en un instante, ya no había un Sol
en su cúspide, sino que estaba en mí. ¡Era yo! Vi ante mí que
aparecía una Luz intensa y una Voz procedente de ella me habló:
«Yo Soy el principio de Todo. Yo Soy la Madre y el Padre. Soy
la Vacuidad. Sin Mí no eres nada, sin ti nada Soy.
Yo Soy Tú como tú eres Yo. Aunque Me veas frente a ti, no
creas lo que tus ojos ven, pues estoy dentro de ti. Es sólo una
proyección de ti mismo para que creas, al igual que los mundos
son tu reflejo y todo cuanto vive en ellos eres tú. Tu creación y tú
sois uno. Sois el recipiente y el agua de Vida que la llena.
Yo soy tu Espíritu y tú eres mi Cuerpo. Soy tu Cuerpo y tú mi
Espíritu, no hay dos sino Uno, nada existe fuera del Uno. Y sin
embargo necesitas vivir en la ilusión, en la dualidad, para
encontrarme, para encontrarte, mas a partir de ahora vive
sabiendo quién eres y quienes sois todos.
Sois mi Cuerpo de Luz Infinita y Yo el Sonido que le alimenta
por siempre.»
Continuó diciendo:
«Aquellos que están cansados y agobiados encontrarán reposo
en mi Palabra.
No me busquéis fuera. Yo, vuestro Padre, estoy en cada uno de
vosotros.
Sólo has de escuchar. Concédeme un minuto de tu tiempo. Al
principio dudarás, me negarás y por fin me sentirás, me verás en
la naturaleza, en todo el espacio que te rodea, en los animales, en
tus hermanas y hermanos…
En ti nacerá una llama que nunca se apagará, pues es el regalo
que os hice y es eterna como lo soy Yo, como lo eres Tú.
La Promesa de mi Hijo se cumplirá. Y mi Palabra se cumplirá.
Él, está ya entre vosotros.
Ahora ve y escribe cuanto has visto y oído.»
La Voz enmudeció, la Luz que se encontraba frente a mí se
aproximó y se fundió conmigo.
Un estallido se produjo, después la nada lo colmó todo.
Me encontré despertando en la cima del Monte Tabor. El Sol
despuntaba en el horizonte.
Las campanas repicaron extendiendo su melodiosa canción por
los confines de la Tierra.
Un intenso sentimiento de gozo brotaba en mí, mi corazón
habló:
¡Gracias Padre, gracias Madre por este nuevo día!
.
EL ANCIANO JUAN