viernes, 17 de junio de 2016

Francesco Una vida entre el cielo y la Tierra




CAPITULO-1
El regreso 
Cuando el espíritu se desprende de la materia, va en busca de su propia liberación. 
Tu espíritu es como una lámpara que irradia luz; cuando está en contacto con el cuerpo, lo único que lo opaca es la mente. 
Después de haber realizado un largo viaje, Francesco se encontró en un lugar desconocido. 
Entonces se empezó a preguntar: "¿Dónde estoy? Huelo un aroma muy dulce parecido al de las rosas, y también el aire está impregnado de... no sé. Creo que es canela o miel. Siento una brisa casi imperceptible que me hace sentir liviano. Totalmente liviano, sin peso, sin cuerpo." Es como si estuviera rodeado por suaves copos de algodones, mullidos, de color pastel. Todo el fondo de lo que veo es rosa y celeste, pero tiene algo especial que nunca antes había visto. El cielo, en algunos lugares, desprende destellos dorados. Escucho música... ¡es suave como un murmullo! Parece música celta, semejante al canto gregoriano de voces armoniosas. Una temperatura agradable me rodea y puedo sentir una sensación de plenitud como hacía años no sentía. ¿Dónde estoy, dónde está mi gente, mi familia o algún conocido? Veo personas que pasan a mi lado, todas de blanco; sus ropas parecen de lino transparente. Esos colores tan particulares, ¿qué serán? Y toda esta gente que pasa y me mira... todos me sonríen; algunos llevan en sus manos libros, y otros llevan cosas raras que no son fáciles de reconocer. En todos estos minutos que llevo en este lugar me han aparecido ciertos pensamientos raros... Tal vez esté soñando. Posiblemente sí. ¡Cuando me despierte ya no los recordaré! Los sueños siempre se me olvidan al despertarme. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué estoy
 esperando? Tal vez pueda preguntarle a alguna de estas personas tan particulares. ¿Cuánto tiempo hace que estoy? Bueno, después de todo no sé de qué me quejo. Éste es un lugar que no me desagrada. ¡Al contrario, yo diría que es mágico! —¡Francesco! —¿Quién me llama? ¿Quién sabe mi nombre en este lugar? —Discúlpame, yo no estoy autorizado a darte esa información: pero no te preocupes, pronto lo sabrás. Mi nombre es Ariel y soy el encargado de conducir a todas las personas recién llegadas a este lugar. Ven, te voy a mostrar tu... bueno, creo que ustedes le dicen | habitación o algo así. —Mire, usted me parece muy atento, pero también lo noto un poco misterioso. Hasta ahora tenía la idea de que todo esto era un sueño, pero ya me están entrando algunas dudas. Esto no es un sueño; tengo la sensación de que todo me está sucediendo de verdad. —A ver, Francesco, haz memoria. —¿Memoria de qué? —De lo que te estaba sucediendo antes de que entraras acá. —A ver, déjame pensar... recuerdo que yo estaba internado en una sala de cuidados intensivos; creo que ya había perdido la noción del tiempo. Me desesperaba sentir que todas las horas eran iguales, no diferenciaba la noche del día. Recuerdo que los médicos controlaban cada aparato que tenía conectado a mi cuerpo, pero ya se habían olvidado de mirarme o simplemente de tocarme. Yo me sentía cada vez más derrotado. Fantaseaba con irme cuanto antes a casa; empezar a disfrutar de cada instante de estar sano. Dentro de mí, muy adentro de mi corazón, ¡había prometido no hacerme más problemas por lo que pudiera sucederme en el futuro!  Claro que llevaría todo un aprendizaje, yo me había acostumbrado a enojarme por tonterías. Pero, otros días deseaba curarme y salir a viajar, conocer lugares mágicos o históricos. Me preguntaba por qué no había querido hacerlo mientras estaba sano; siempre criticaba a los que gastaban el dinero en ese tipo de placeres. ¡Qué tontería!, ¿cómo podía haber sido tan cerrado? Pero, para todo eso que yo pensaba hacer, ya era tarde. ¡Sólo un milagro podía salvarme la vida! También tenía días negros, sin fe, sin esperanza. Había días muy duros, en que veía los ojos de lástima y de tristeza de las personas que me visitaban, y veía las lágrimas retenidas de mis hijos, que venían con una sonrisa dibujada, como si un lápiz les hubiera trazado el contorno de la boca. Sentía la angustia de mi esposa, a quien cada día veía más chiquita, como si esa angustia la estuviera consumiendo día a día... Y entonces, cuando me quedaba solo, le pedía a Dios que me llevara con él. Aunque yo no era demasiado creyente, siempre me pareció que eso de que los niños buenos van al Cielo y los malos al infierno era un cuento de niños. Otras veces, cuando estaba a punto de quedarme dormido, creía entrar en esos túneles en cuyo final hay una luz que te ilumina junto a un ser querido muerto, como cuentan esas personas que estuvieron clínicamente muertas unos segundos o minutos. Eso es todo lo que recuerdo, así de simple... y de difí- cil; así fue transcurriendo la muerte de mi vida. —¿Y tú, Francesco, no te diste cuenta de nada? —¿De qué habla? —Hablo de cómo llegaste a este lugar. —Este lugar es muy especial y usted, Ariel, también lo es. Séame sincero y, por favor, deje de hacerse el misterioso. Dígame: ¿estoy muerto?... ¿estoy muerto? Francesco, tranquilízate. Ya te expliqué que no tengo permitido contar todo lo que te está sucediendo. Ten paciencia y todo se te va a aclarar a su debido tiempo. Decidí callarme la boca; este hombre parecía muy convencido de lo que estaba diciendo. Por más que yo insistiera, sabía que él no cambiaría de idea. Me hizo señas de que lo siguiera... Decidí hacerlo: caminaba con unos pasos más atrás, guardando cierta distancia respetuosa hacia este personaje que acababa de conocer. De vez en cuando se daba vuelta para mirarme; lo hacía con cierta dulzura, como queriendo darme seguridad. El camino se aclaraba cada vez más; las luces eran muy especiales, los olores se atenuaban a medida que caminábamos, y la música se escuchaba más suave aún. Entramos en una especie de pasillo cuyas paredes eran de cristal con destellos dorados. Por las paredes pasaban rayos de colores, como si un gran sol iluminara un arco iris después de una gran tormenta. La habitación a la que llegamos era redonda, también de cristal, y los muebles eran tan raros como el resto del lugar. ¡Lo gracioso era que, con sólo pensar que uno quería sentarse, ese mueble se transformaba en un sillón! En un rincón, sobre una pequeña mesa, lucía un gran ramo de flores de colores brillantes e intensos, que despedía un perfume tan dulce como suave. Al lado, las acompañaba un pequeño cáliz dorado. En el aire, algunas mariposas revoloteaban entre nosotros, y un arpa, con unas pocas cuerdas, descansaba sobre una de las paredes, adornando la extraña habitación. —Bueno, Francesco, hemos llegado a tu nuevo hogar. Sé que no estás cansado aunque hayas tenido un viaje largo. Todos los que entramos aquí, por primera vez, nos sentimos renovados de energía y dentro de uno empieza a renacer una paz interior muy particular, que nos hace sentir muy bien, quizás mejor que nunca. 
Puede que te encuentres un poco confundido, pero no te preocupes, que sentirse así también es normal. Bueno, no hablo más porque te estoy atosigando con tanta charla. Te dejo para que descanses y te pongas cómodo. Más tarde te vendré a buscar. Hasta luego. —¡Ariel, espere, espere! Pero Ariel no esperó, cerró la puerta y Francesco se quedó en silencio: un profundo y grandioso silencio. Se recostó en un sillón y se puso a pensar... Muy en el fondo de su alma sabía que estaba muerto. Pero su estado ya no era lo que le preocupaba: de hecho, se sentía muy, pero muy bien. Lo que le preocupaba eran todos los problemas que no había podido resolver mientras vivía. No hacía más que pensar en su familia. ¿Qué iba a ser de ellos? Su enfermedad los había dejado prácticamente en la calle. Se preguntaba cómo podrían vivir ellos sin él, porque creía ser indispensable para los demás. ¿Qué sería de ellos y qué sería de él? Nunca más los volvería a ver... ¡Cuántos sueños truncados! ¡Cuántas ilusiones inconclusas habían quedado en medio del camino! AL DÍA SIGUIENTE... Una suave brisa envolvía el cuerpo de Francesco. Como si lo acariciara muy tiernamente; un suave y dulce perfume se acercaba a él. Francesco se despertó y se quedó quieto un buen rato. Se sentía mucho más tranquilo, más relajado. Decidió que era el momento de empezar a aceptar lo que le estaba pasando y lo que le tendría que pasar más adelante, del mismo modo que había aceptado su enfermedad. De pronto, se escucharon golpes en la puerta de cristal y Francesco se levantó bastante sobresaltado y ansioso.
Abrió la puerta, y ahí, parado muy tímidamente, estaba Ariel, sonriendo como de costumbre, con esa paz que lo caracterizaba, extendiendo su mano derecha en forma de saludo. —¡Vamos, Francesco! —Sí, vamos. Se supone que, si te pregunto a dónde, no me responderás, ¿verdad? —Supongo que hoy te sientes mejor; tu energía tiene más luz. —Sí, me siento maravillosamente bien. Hacía mucho tiempo que no me sentía así. Ariel fue llevando a Francesco por inmensos jardines, todos repletos de ñores: las más lindas y coloridas que habían visto sus ojos. De repente se encontraron con una luz muy intensa. En ese momento, como de la nada apareció un hombre muy alto, de cabello ondulado y claro, y una larga barba canosa. Le llamaron la atención sus manos flacas y largas; una túnica blanca cubría su cuerpo, y una sonrisa muy cálida encendía su rostro. Esa sonrisa logró tranquilizarlo, así como su tono de voz, suave y dulce. —Hola, Francesco, yo soy José, uno de los maestros guía de los espíritus que ingresan al primer Cielo. Mi misión va a ser, de ahora en adelante, enseñarte todas las mañanas algunas lecciones de vida, las que tendrías que haber aprendido en la Tierra, mientras tenías un cuerpo y una vida. —Ya veo, ¡Tú llegas un poquito tarde! José, si yo estoy muerto!... Si esto es el Cielo, se supone que tú podrás ser mi guía o un santo, o lo que fuere. Pero me pregunto: ¿Para qué me quieres enseñar lo que yo tendría que haber hecho en su momento mientras vivía? Si ya es tarde... No tiene sentido nada de esto. ¡Por qué no apareciste cuando cometí cada error en mi vida? Porque después de todo lo que pasé, después de todo lo que sufrí, no le encuentro sentido a todo esto; ¡explí- came qué sentido tiene aprender una lección después de muerto! Entiendo. No creas que porque yo sea un maestro no puedo comprenderte. Todos reaccionan del mismo modo. Hasta yo hice lo mismo cuando ingresé, pero éstas son las leyes que tenemos aquí. Vas a tener un camino para recorrer y, al final del camino sabrás por qué lo hacemos, y créeme que vas a agradecer haberlo realizado. Sí deseas, tienes también otra opción; aquí no se obliga a nadie a hacer lo que no quiere. —Dime, ¿cuál es la otra opción? A lo mejor es más interesante, quizá... volver a mi casa con mi familia. —No, ésa no; ya es tarde. Te explicaré. Te puedes quedar sin enseñanzas, sin entrenamiento interior, puedes deambular libremente por todo el Cíelo. No tendrás ninguna obligación de escuchar a ningún maestro, ni tiempo que cumplir. Tú elige, pero escucha muy bien mi consejo; sí eliges estar libre, te perderás el final y sería realmente una pena. Si quieres, piénsalo y después vuelve a conversar conmigo. Tú sigues siendo libre tal como lo eras mientras vivías, sigues teniendo el libre albedrío que Dios te dio cuando creó tu alma. Francesco, piensa y después hablamos con más tranquilidad. Algunos se deciden más rápidamente y otros necesitan más tiempo. —No, no tengo nada que pensar; siempre me consideré una persona con una gran curiosidad. Si tomo el camino de aprender, va a ser pura y exclusivamente para mantenerme ocupado. Si tomara el camino de la libertad de ambulante, me deprimiría. Sentiría que el tiempo no pasa nunca. ¡No puedo estar sin hacer nada! José esbozó un gesto gracioso y con una mirada cómplice le guiñó un ojo a Ariel. —Francesco, si deseas vuelve a pensarlo, nadie te estará apurando. Sé muy bien que falta tiempo para asumir tu transmutación o tu muerte. Es lo mismo que le pasa a tu familia. Te puedo asegurar que, a medida que vayan pasando los días, no vas a querer irte de aquí.
Dime: ¿qué es lo que tengo que hacer?, ¿qué es lo que tengo que contar?, ¿a quién tendré que escuchar y de qué tendré que arrepentirme? —Vamos a hacer algo que te va a gustar: hoy tómate el día libre, estoy seguro de que hoy mismo Ariel te va a enseñar a subir a las nubes. Vas a poder pasear por el cíelo; disfrutarás de una experiencia totalmente placentera. ¡Si tienes suerte, podrás encontrarte con algún ser querido que no ves desde hace mucho tiempo! Todavía no estás preparado para ver a tu familia desde las nubes; quizás más adelante lo puedas hacer. Mañana, apenas los rayos del sol formen dibujos en tu habitación, irán a buscarte y entonces nosotros dos vamos a tener una larga charla. Ahora te dejo tranquilo. Hasta mañana, Francesco. Otra vez volvía a estar solo en su nuevo estado espiritual, después de haber pasado un día inolvidable, un día muy especial. Había aprendido a pasear en las nubes, y como experiencia le había encantado. Disfrutó flotando, jugó con el viento, hizo dibujos en el aire, con sólo pensarlo. Se sintió pleno y libre, terriblemente libre. Pudo disfrutar de una nueva sensación, aunque se sintió culpable de estar tan feliz. Y sin darse cuenta, se quedó dormido.
Yohana Garcia. 

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