domingo, 17 de julio de 2016

Francesco decide volver a nacer- Capitulo 13


Capítulo Trece 
No te mueras con tus amores. 
Tienes todo marcado, querido amigo. 
Tú ya elegiste el modo de nacer y el de irte. 
Yo coloqué planetas, te elegí el ángel. 
Pero tú siempre tienes libre albedrío tanto en el cielo como aquí en la tierra. 
El Señor Destino. 
Mientras tanto, en Centroamérica, en Guatemala, Sergio cursaba segundo año de arquitectura, la carrera que había elegido para su vida. Tenía todas las ilusiones a cuestas, casi las mismas que cualquier muchacho de veintidós años, pero no tuvo otra opción que dejar que las ilusiones quedaran flotando en el aire para que el viento se las llevara. 
Esos sueños que Sergio llevaba en su imaginación no los cumpliría, ni a él que contaba con una gran imaginación se le hubiera cruzado por la cabeza tan triste final. 
Acaba de exhalar el último suspiro. 
Murió en paz dijo su madre sin consuelo.
Hicimos todo lo que pudimos dijeron los médicos.
Fue el deseo de Dios que así fuera dijo su padre. Pero nada ni nadie puede detener el dolor agudo que la familia de Sergio comenzaba a sentir. Un ángel dorado que merodeaba por el aire, cansado de escuchar esta situación, comenzó a hablarse solo mientras rodeaba la escena... 
Estas respuestas son iguales en casi todos los humanos que viven estas pérdidas. 
Ellos sienten que deben hacerse más fuertes para sostener el dolor de esa familia que apenas comienza a derrumbarse. 
Nadie puede evitar la muerte, en cambio sí se puede evitar la vida. Sin embargo, nadie puede ni podrá ser eterno. 
Me cuesta entender a las personas. 
Cuando hay muertes, ésas que ocurren en cadenas, como parte de una naturaleza enfurecida o epidemias, todas estas personas que no lo viven de cerca no lo pueden entender. Pero la vida todo se lo cobra y la fuerza que la madre tierra brinda invita a seguir viviendo a pesar de todo. 
Mientras tanto, no les quedará otra alternativa que continuar, ¿Y de qué modo?, repreguntaran los que quedan heridos por estas muertes. ¡Qué difícil es la vida! ¡Pero qué linda es! terminó exclamando el ángel dorado. 
En el cielo, un maestro le dijo al otro: 
Prepara el libro de la vida de Sergio. 
En cualquier momento llegará al sexto cielo y tendremos que mirar juntos lo que estuvo Haciendo todo el tiempo de su vida. 
En el mismo instante, en un lugar de Italia, en un pueblito del sur se encontraba en la cama del hospital Damián, un adolescente de veinte años amoroso como tantos otros que habitan el planeta tierra. 
Damián había comenzado a sentir cómo se elevaba su alma y se desdoblaba su cuerpo. Todavía podía sentir su cuerpo como un traje que le venia incomodando y ya estaba agotado de sufrir cirugías y tener las venas lastimadas de tantas inyecciones. Mientras su alma se iba elevando muy lentamente él Fue sintiéndose aliviado.¡Que suerte! Ya me liberé. 
Y pensar que a veces es más complicado el remedio que la enfermedad. 
Queriendo gritar de alegría les dijo con un tono sarcastico a los médicos: 
¡A ver si tiran ese cuerpo de una vez! 
Él se dio cuenta de que nadie lo escuchaba. 
Sin embargo, sus pensamientos y sus emociones lo seguían acompañando, porque su campo mental y emocional se fueron también con su alma. 
Y muy libremente, mientras se iba elevando totalmente feliz, siguió mirando la escena del hospital. Mientras tanto, los maestros ancianos que revisan los libros de cada persona que ha vivido en la tierra, comenzaron a hablar entre ellos. Y mientras sacudían el polvo de los libros, comentaron algunos secretos profundos que tenían entre ellos. 
En la tierra...
Las salas de los hospitales se sienten frías como todas las salas, aunque tengan la calefacción encendida. Las enfermeras corren y caminan por los pasillos, y se desviven por sus pacientes. Los médicos que son responsables intentan dejar de lado sus problemas para estar concentrados en la atención con sus pacientes. En las horas de las guardias trabajan, investigan y descansan sobresaltados. 
También los médicos automatizados por su rutina dejan sus corazones en la casa. 
Algunos dejan también sus cabezas y van a trabajar colocándose con desgano su delantal blanco o verde. Esto a veces les da el derecho de echar tierra a sus errores más graves. 
Por suerte no hay de estos malos médicos en los hospitales de la Villa del Cóndor, donde fue a parar Damián. 
Sin embargo, a pesar de que el gobierno recauda fondos para una mejor atención de los lugareños, pareciera que no recuperaran los recursos necesarios para realizar algunas pequeñas mejoras. 
Sólo hay dos ambulancias están equipadas en su totalidad, pocos aparatos de investigación suelen andar sin necesidad de darles algunos golpes, la mayoría de las paredes sólo quedan con el revoque a la vista por el tiempo que hace que nadie se acuerda de pasarles una mano de pintura. Y como si esto fuera poco, la mayor parte del tiempo los ascensores no funcionan. Pero los hospitales no son lindos ni feos, depende de la suerte que  corran algunas personas en ellos. 
Según dicen los registros del cielo, a pesar de que estén en el siglo XXI la gente se seguirá muriendo por falta de amor, por tristeza, por pérdidas de valores. 
Y la vida es lo más preciado que tiene una persona y sin embargo es lo menos respetado. Ellos mismos crearon sus venenos ponzoñosos, el peor de todos, el que baja las defensas, el "hacerse mala sangre ". 
Pero en los libros sagrados no tiene importancia en qué lugar se salva la vida, si no quiénes la salvan. 
El lugar en donde vas a morir no es demasiado importante. 
Cuando en el libro de la vida de cada persona hay una palabra de tres letras escrita en mayúscula y de color violeta con ¿dorado no se aclara en qué lugar se desarrolla la última escena y ¡la palabra es "Fin". 
La muerte está marcada con fecha y hora, y hasta el modo en que se desarrollarán los últimos instantes. 
Antes de nacer eliges todo esto, inclusive con quien estarás en el último suspiro. 
Algunas personas desean irse del camino de la vida cuando los seres que aman están a su lado, y otros deciden irse unos segundos antes de que entre a la habitación su hijo o a su ser querido. Otros quieren llevarse la vida puesta, mueren en la calle, a veces ni siquiera sucede que sea un accidente o un asesinato, mueren porque mueren. 
Otros ni siquiera llevan sus documentos en el bolsillo. 
Esto les pasa porque su alma sabe que es la última vez que van a estar con su gente y entonces para que les sea mas fácil despedirse tienen este acto fallido sólo para que por unos días esa familia no los encuentre y ellos puedan ascender al cielo sin que los otros los lloren tanto. 
Camila, la que antes era Rosario, es médica de este hospital. Ella venía siguiendo el caso de un muchacho enfermo de leucemia, ella es su médica hematóloga. Siempre sostiene grandes charlas con Damián, hasta llegaron los dos a confiarse sus secretos más profundos. 
Ese era el día en que Camila volvería a trabajar después de su largo viaje espiritual. Ella entró al hospital como quien entra a su casa y con toda soltura saludó a sus compañeros mientras iba caminando y abriendo la bolsa para ponerse un nuevo delantal que acababa de comprarse en Europa. Tomó sus planillas, como lo hacía todos los días, y caminó por los largos, angostos y fríos pasillos. 
Miró de reojo la manera en que la gente estaba sentada. Parecían todos pasajeros de un opaco tren. 
El modo en que iban sentados la hacía imaginar que se iban de viaje, pero ellos sólo se encontraban esperando que alguien los asistiera o que les diera noticias del ser que tenían internado. 
Se dio cuenta de que los techos del hospital reciben siempre pocas miradas. 
Mientras esperan, las personas dirigen sus miradas hacia el suelo, apesadumbradas e inquietas.
Ella siguió caminando, miró los números de las habitaciones y encontró la quinientos seis con la puerta entreabierta. 
Entró y tuvo que salir corriendo al ver al muchacho con dificultades para respirar. 
Me iré de la mano de Dios le dijo Damián a la doctora de turno que estaba tomándole fuertemente la mano.
Estoy cansado me duele la espalda, tengo frió... llama a mis padres por favor... 
Y Camila, al escuchar la conversación, salió corriendo de la sala y casi sin querer chocó sus piernas con un camillero, pidió ayuda a dos enfermeras que se encontraban hablando y luego encontró al papá en un rincón del pasillo, pero al llegar todos a la habitación sólo encontraron a un muchacho felizmente sanado y rozagante, sin rastro de ninguna enfermedad.
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